
Apareciste sin vértigo
y con olor a hierbabuena,
regalándote en las deudas de cafés
que mecías con las vigorosas manos
que habrían franqueado tantos objetivos,
aquellas manos por las que yo deseé
convertirme en objeto
de tu diafragma abierto.
Irrumpiste, sin vértigo,
como lo hacen
los colores en flashes
de aquellas cámaras
que otros ya habrían usado
y con las que tú hoy columpias
las felicidades de otros.
Llegaste tendiendo cuerdas
sobre los precipicios de mis miedos
para colocarte, así, al otro lado
y recordarme que la luz llega
allá donde enfoques,
haciendo que todo sea posible.
Y de este modo
volví a nacer de nuevo, esta vez
como una trapecista:
sin vértigo, sin miedos y con la mirada clavada
en cintas rojas cargadas de sueños.
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