jueves, 7 de abril de 2011

No hay noches cálidas sin alguna algo más fría

Jueves frío. Afuera sigue un lobo más, gritando a la madre de su hijo,

con abuelos presentes y dinero murmurado.

Allí está él, un niño más que esta noche

permanece inmóvil, paralizado y aterrado por el miedo.

Y desde lejos observo, frustrada, con una rabia roja intensa

recorriendo mi esófago y pensando qué debe estar

pasando por esa cinqueañera cabecita.

Cómo serán las ideas del miedo cuando la acera es un muro

enorme e infranqueable. Cómo de fría estará hoy

su mano derecha, que en lugar de recibir calor,

recibe bofetadas de insultos hacia una madre que le da calor.

Y al llegar a casa, más gélida que otras noches y profundamente

agotada, me encuentro sola en el espejo,

con la soga al cuello y el rímel esparcido por las mejillas.

Llora ahora mi garganta para ahuyentar

la sombra de la rutina. Ojalá sea solo un fantasma más, pienso.

Y ruego e imploro que no me encadene a sus andares ni me atrape

para guillotinarme los anhelos y esperanzas.

Que no se atreva ni siquiera a idear un plan para anularme,

vulgarizarme o relegarme al ostracismo.

Que no caiga sobre mí ninguna malévola intención

cargada de desidia e indiferencia.

Que no llegues mucho más, rutina,

camuflada como sueles hacerlo, de lunes a jueves,

de septiembre a octubre, de 14 a 15.

No hay comentarios:

Publicar un comentario