Jueves frío. Afuera sigue un lobo más, gritando a la madre de su hijo,
con abuelos presentes y dinero murmurado.
Allí está él, un niño más que esta noche
permanece inmóvil, paralizado y aterrado por el miedo.
Y desde lejos observo, frustrada, con una rabia roja intensa
recorriendo mi esófago y pensando qué debe estar
pasando por esa cinqueañera cabecita.
Cómo serán las ideas del miedo cuando la acera es un muro
enorme e infranqueable. Cómo de fría estará hoy
su mano derecha, que en lugar de recibir calor,
recibe bofetadas de insultos hacia una madre que le da calor.
Y al llegar a casa, más gélida que otras noches y profundamente
agotada, me encuentro sola en el espejo,
con la soga al cuello y el rímel esparcido por las mejillas.
Llora ahora mi garganta para ahuyentar
la sombra de la rutina. Ojalá sea solo un fantasma más, pienso.
Y ruego e imploro que no me encadene a sus andares ni me atrape
para guillotinarme los anhelos y esperanzas.
Que no se atreva ni siquiera a idear un plan para anularme,
vulgarizarme o relegarme al ostracismo.
Que no caiga sobre mí ninguna malévola intención
cargada de desidia e indiferencia.
Que no llegues mucho más, rutina,
camuflada como sueles hacerlo, de lunes a jueves,
de septiembre a octubre, de 14 a 15.
A ti dejo mis cosas
Hace 8 años
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