
Un día soñé con ser guerrera. Tras varias derrotas y sacos llenos de arena de dolor pendientes de esparcir por el mar, me armé de fuerzas y tomé las riendas de mi vida. Agarré las azucaradas espadas y salté desde las altas montañas, me convertí en salmón y renací de las cenizas de cada batalla. El vértigo fue ignorado y las grietas de los pedazos de mi alma resistieron todas las cruzadas. Ese día me atreví a soñar. Abrí las alas y expandí mis pulmones. Sentí la tersura de mi piel, la de mi sien y el azabache sobre mi pelo. Mi pequeño recipiente de ilusiones era mi única garantía y mi mejor regalo. Pero un día se perdió, terminando por saberme sola y desvanecida entre una nube violeta. Comencé a girar sobre mí misma y las alas se tornaron negras. Mi piel se escamó como la de una serpiente y mis cabellos se convirtieron en metal oxidado. Deambulé entonces por los entresijos más inhóspitos y lúgubres, derramándose y confundiéndose mi alma en las lavas negrizcas, cayendo al final en una gruta de cristales rotos…Pero un día soñé que era guerrera. Y mis alas fueron de nuevo violetas, pero esta vez, con pequeñas cicatrices verde esmeralda…como la esperanza que encontré en tu silencio. En ese instante, volví a ser guerrera.
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