
El cartero no llegó a traerme
el aniversario rural en el sobre de ilusión.
Sí que llegó el pasotismo, la desidia y el menosprecio.
Así, no llegaron entregas, ni emociones,
ni compromiso, ni batalla por un
futuro entrelazado de esperanza.
No se llega a donde no se es nada.
Y será eso, que no soy nada.
No me defendieron a capa y espada
ni velaron por los pasos que daba.
Yo no fui la chica Polaroid
ni la Lomogirl con su noséquéquenoséyo,
ni tampoco dejé para la posteridad
en ningún papel fotográfico
la zona más oscura de mi cuerpo,
mal custodiada entre recuerdos perdidos.
Quizás por eso, quizás por nada.
No recibí piezas de primera,
ni fueron por mí el mejor postor.
No llegaría el avión rumbo a Nueva York,
ni a Berlín, ni a Japón.
No quisieron abrir las puertas de mis
secretos, escuchar cómo fueron mis primaveras,
saber qué adoro, qué detesto, por qué me estremezco.
No soy nada, quizás por eso no me dieron nada.
Fui guerrera, y eso hizo
que se olvidaran que el cansancio
de luchar y combatir
agotan más que el ser una princesa
protegida y custodiada. Pero una sombra.
Una sombra de la nada.
Y aún así, la princesa sombría fue capaz
de eclipsar siempre a una guerrera apasionada,
para así, convertirla en la misma nada.
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