Voy a poner tu música favorita
para desgarrarme el alma mientras
derramo toda copa de impotencia
dobre la distancia entre los dos.
Empiezan sonando las cuerdas deshilachadas
de un señor empapado en alcohol y polvo incendiario.
Y suenan los príncipes destronados…Tú y él, él y tú.
Mientras, el vinagre cae desde la mesa donde nos
sentamos mis domingos en martes.
Y aquí estoy yo.
Semblante en calma.
Mandíbula perfilada.
Elijo cuidadosamente la canción,
con esmero y ansiando el atino
que me lleve hasta el punto donde
todo aquello que me has traído
pueda irse de una vez, después de tantos meses,
después del gris de un intento fallido de olvido.
Suena de nuevo tímidamente tu móvil, mientras tus ojos
hablan por él.
Suena a lo lejos el niño que llora, la madre que calla,
El padre que añora el ayer.
Suenan todos, callo yo.
Observo, inquieta, tus ojos.
Y guardo silencio.
Guardo el silencio, de la que no está ni estará nunca
al otro lado de la línea.
Y vuelvo a la mesa. Aunque nunca partí.
Lo decido, sí. Por qué no.
Voy a detonar cada milímetro de vidrio
de mi alma para que no queden pedazos
desde los que sentir el eco de tus palabras.
Voy a destrozar el hueco de mi alma
donde almacenaste tu reflejo.
Pondré mis libros
donde sólo dejaste poner aburridas hojas.
Caerá mi ropa interior en el suelo de otros hombres.
Regalaré lo que no quiero al sustituto de un irremplazable.
Callaré cuando hable locamente sobre lo que tú y yo nunca hubiéramos hablado.
Pero no te añoraré. Porque no se puede añorar lo que no se tiene.
Porque no se pueden amar labios que eligen monótonas notas
sobre claves de sol desdibujadas.
Suena la canción y comienzo a tararear. Tú sigues la letra.
Y es así como comienzo asumiendo, reconociendo,
analizando tus graves negligencias por las que
no nos aceptas para la clave de sol
del pentagrama de la canción que suena.
Pero dejemos que suene.
No hagas negocios con la necesidad.
Silencio.
A ti dejo mis cosas
Hace 8 años
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