domingo, 27 de diciembre de 2009

La niña de los pies descalzos



Desde el espacio más oculto de mi memoria,
lleno de un aire cargado de rencor

y despecho,
te escribo los versos rotos de una niña de pies descalzos.
Aquí estamos sentados, cariño, tú y yo,
de nuevo solos y perdidos.
Nos rodean las paredes frías y húmedas,
sin apenas un solo matiz que las diferencie de las del resto.
Los sacos llenos de escarcha se agolpan tras la puerta.
Se rompió el tarro de los sueños, dices.
Y yo sólo sé que hace tiempo que dejé de aspirar al regalo de tus mentiras.
Puedes guardar tus miradas piadosas y tus lágrimas amargas,
tus inútiles silencios, tu manera de no mirarme.
Desecho vil y fríamente tus disimulos llenos de
desprecio, tu indiferencia a mis sueños,
tu pasear con desdén pisando con crudeza mis anhelos.
Desde esta mesa llena de copas vacías y ceniceros llenos
decido retorcerme sobre la silla en la que me siento
con una carcajada mezquina y lágrimas de desaliento.
No pienso poner un solo grano más de arena negra
sobre una orilla de asfalto sangriento.
No derramaré mi sudor sobre una piel amarga,
somnolienta y centrada en un único punto de mira
desde el que sólo has sabido mirar, que no observar,
lo que para ti no era sino uno y para mí eran dos como uno.
Pero no te preocupes, cariño, no pretendo derrochar

sobre ti mi triste recelo.
Apuntabas hacia un calendario con un único mes de enero,
a una imagen perdida y egocéntrica, a velas que alumbrasen
tus pasos a costa de mi desgaste,
a un anhelo lejano y triste de vivir un sueño
que jamás te acercaste a percibir.
Ya no quedan anteojos sobre la mesa, ni lápices con los que
escribirte unos versos que nunca te prometí
porque siempre supe que no podía dar.
No puedo decir que firmase verdades de incrédulos,
ni luchas en vano hacia castillos de verano.
No jugué, no lloré, no salté al precipicio de tus pasos
cargados de una indiferencia a un trono
que siempre decidiste que debía llevar a cuestas.
Pero poco me importa que ya no entiendas mis silencios,
mis ilusiones, mis metas, mi pasado o mis cicatrices.
Descansaste fríamente sobre mis pasos cálidos y
ahora cierro la puerta, cariño.
Ya no quedan velas, sólo sacos de escarcha con los
que si quieres, puedes construir ahora solo
mis castillos del verano
.

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