
A mi madre, ahora y siempre.
Intactas permanecen en
Intactas permanecen en
la retina de mi alma
aquellas mañanas en pasillos angostos
con sus voces
recordándome cómo
las columnas de huesos de sus manos
debían desenredar
las pesadillas de mis ideas.
Si rompiera las mañanas de nuevo
junto al olor del salitre
y los uniformes cansados
limaría las asperezas
de mis enfurecidas miradas
y mis autónomos pasos.
La llevaría de la mano
hasta pasillos de arco iris
que olieran a alas de hadas
que desprendieran purpurina
conforme pasáramos.
Nunca encontró hombre
que mereciera sus murmullos
cansíos en las noches de invierno,
cuando el salitre penetraba
los recónditos huecos
de vacías y verdes esperanzas que,
lejos de lograrse, lentamente se disipaban.
Calmaría gritos con silencios y
llenaría su cesta mimbrada
de sueños de colores.
Y allí, perdida, rompería sus lágrimas,
me enredaría en sus miradas
creyendo escuchar de lejos las llamadas
que un día dejaron de llegar.
Amaría sus pasos y me entregaría
para recordarle
la plenitud de ambas, las caricias
humedecidas en miel,
los disfraces de su alma en las noches
de reyes, las mañanas siguientes
en que nadie la amaba.
Dejaría cajas llenas de abrazos
contrarios a los insípidos silencios
que él dejó sobre su almohada,
vengaría sus dolores,
desnudaría las amenazas.
aquellas mañanas en pasillos angostos
con sus voces
recordándome cómo
las columnas de huesos de sus manos
debían desenredar
las pesadillas de mis ideas.
Si rompiera las mañanas de nuevo
junto al olor del salitre
y los uniformes cansados
limaría las asperezas
de mis enfurecidas miradas
y mis autónomos pasos.
La llevaría de la mano
hasta pasillos de arco iris
que olieran a alas de hadas
que desprendieran purpurina
conforme pasáramos.
Nunca encontró hombre
que mereciera sus murmullos
cansíos en las noches de invierno,
cuando el salitre penetraba
los recónditos huecos
de vacías y verdes esperanzas que,
lejos de lograrse, lentamente se disipaban.
Calmaría gritos con silencios y
llenaría su cesta mimbrada
de sueños de colores.
Y allí, perdida, rompería sus lágrimas,
me enredaría en sus miradas
creyendo escuchar de lejos las llamadas
que un día dejaron de llegar.
Amaría sus pasos y me entregaría
para recordarle
la plenitud de ambas, las caricias
humedecidas en miel,
los disfraces de su alma en las noches
de reyes, las mañanas siguientes
en que nadie la amaba.
Dejaría cajas llenas de abrazos
contrarios a los insípidos silencios
que él dejó sobre su almohada,
vengaría sus dolores,
desnudaría las amenazas.
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